Colesterol alto, la gran mentira

Desde hace 70 años el colesterol es el enemigo público número uno de las sociedades desarrolladas. ¿Qué es el colesterol bueno y malo? ¿Cuánto es colesterol alto, bajo y normal? ¿Qué tomar para bajar el colesterol? Hoy estas preguntas forman parte de la vida cotidiana de millones de personas. Hace, digamos, cien años nadie se hacía estas preguntas y, curiosamente, las muertes por infarto eran mucho menores que ahora, cuando supuestamente estamos mejor cuidados que nunca.

Como la mayoría de las cosas en el siglo XX, la obsesión con el colesterol empezó al otro lado del charco, en Estados Unidos, en los años 50. En esa década se produjo un gran incremento del número de ataques al corazón, obviamente el número de muertes repentinas llamó la atención de la comunidad médica, pero cuando en septiembre de 1955 quien sufrió un infarto fue nada menos que el presidente Eisenhower y durante diez días se debatió entre la vida y la muerte en una cama del Fitzsimons Army Hospital de Denver, su población natal, el pánico cundió en una sociedad ya de por sí propensa a la paranoia, que no está tranquila si no se sienta amenazada.

Presidente Eisenhower tras salir del hospital, aún le quedarían fuerzas para un segundo mandato.

Los científicos, para eso están, empezaron a investigar a las víctimas de infartos y encontraron colesterol en sus arterias, naturalmente en sedimentos calcáreos. El colesterol estaba relacionado con comida rica en grasa y sobrepeso y ese hallazgo inmediatamente impulsó a la comunidad científica a culpar al colesterol de la formación de esos sedimentos, sin considerar otros factores, como el exceso de calcio en el agua de muchas regiones de los Estados Unidos o la vida sedentaria que impulsaba el desarrollo.

Entre los científicos rápidamente destacó uno, Ancel Keys, investigador de la universidad de Minnesota. Ancel Keys inmediatamente relacionó el incremento de infartos con la ingesta de ácidos grasos saturados, que provocan una subida del nivel de colesterol -lo único que entonces se podía medir-. Por supuesto, Eisenhower, como todo el mundo, también tenía colesterol en las arterias y Ancel Keys inmediatamente culpó a su dieta de su infarto, sin pararse a considerar que era un fumador empedernido de tabaco. El doctor Ancel Keys dio a la sociedad americana el enemigo que desesperadamente estaba buscando y empezó la guerra por eliminar al colesterol del cuerpo, una guerra que rápidamente se extendería al resto de países desarrollados del mundo.

La hipótesis del doctor Ancel Keys era que el colesterol taponaba las arterias y causaba ataques al corazón. Para comprobarla, en 1958, Ancel Keys, acompañado por su mujer Margaret, lideró el primer gran estudio a nivel mundial sobre el efecto de la dieta en la salud. El conocido como Estudio de los siete países incluía información recopilada en Grecia, Yugoslavia, Italia, Holanda, Finlandia, Estados Unidos y Japón. En realidad el estudio incluía información de muchos más países, hasta un total de 22, pero en su informe final Ancel Keys sólo incluyó los datos de siete, aquellos que corroboraban su teoría de que existía una relación directa entre el consumo de grasa y el riesgo de infarto.

Ancel Keys gozó de tal prestigio en su día que mereció una portada de la revista Time.

De haberse incluido todos los datos disponibles las conclusiones del estudio habrían sido muy distintas, por ejemplo se ignoró deliberadamente a Noruega, con un consumo de grasas similar el de los Estados Unidos, pero con una cifra de muertes por fallo cardíaco tres veces menor. También se ignoró a Francia, con una de las tasas de mortalidad coronaria más bajas, pero con un consumo de grasas igual al de Finlandia, el país con mayor mortalidad coronaria de la época. Inevitablemente los métodos del doctor Ancel Keys traen a la memoria aquella vieja advertencia de Churchill, no confiar en ninguna estadística que no haya manipulado uno mismo.

En los Estados Unidos, al mismo tiempo, se llevaba a cabo otro estudio que tardaría mucho más tiempo en dar resultados, el Framinghan Heart Study, dirigido por el National Heart, Lung and Blood Institute en colaboración con la Universidad de Boston. El estudio empezó en 1948 con la colaboración de 5209 habitantes de la ciudad de Framinghan en Massachusetts; con una duración inicial de 20 años el estudio sigue actualmente en curso y va por su cuarta generación de participantes. Los primeros datos que reveló el estudio fueron que había una relación directa entre las enfermedades coronarias y el tabaco, la vida sedentaria y la hipertensión, pero no encontró ninguna relación entre nivel de colesterol e infarto. Y después de treinta años de monitorización observó que «para un descenso de un milígramo de colesterol por decilitro de sangre al año, se observa un incremento de un 11% la posibilidad de sufrir una enfermedad cardiovascular».

En la segunda parte del siglo XX se produjo un gran despegue tecnológico que permitió que la biomedicina avanzara a pasos de gigante, en relación al colesterol se descubrió que existían dos lipoproteínas responsables de transportarlo por el torrente sanguíneo: HDL, el denominado colesterol bueno, y LDL el denominado colesterol malo. Esta división entre bueno y malo se ha aceptado como dogma de fe, pero probablemente sea el mayor de los muchos disparates propagados en relación al colesterol, como bien explica el doctor Sylvain Duval, autor del libro Guía de alimentos, mitos y verdades sobre la alimentación saludable simplemente son dos lipoproteínas distintas que sirven dos funciones distintas: el LDL, el malo de la película, sale del hígado con destino a las células, ¿su misión?, transportar moléculas de colesterol, grasas y vitaminas A,D,E y K, pero en ocasiones los receptores celulares advierten a su distribuidor que tienen un exceso de colesterol en ellas, entonces entra en juego el HDL, el bueno de la película, que se encarga de transportar de vuelta al hígado todo lo que la célula no necesita.

En realidad, el 80% del colesterol se produce en el cuerpo y Mikael Rabaeus, cardiólogo del Centro Médico Suizo, se pregunta cómo después de millones de años de evolución la naturaleza iba a crear algo tan absurdo como colesterol malo y bueno y concluye que si después de dos millones de años de evolución el hígado produce ambos es porque necesitamos ambos. La naturaleza es sabia, más que el hombre.

Paralelamente se descubrió que hay tres tipos de ácidos grasos: 1. saturados (harina, mantequilla, lácteos, carnes), insaturados (pescado, aceites vegetales, semillas), monoinsaturados (aguacates, frutos secos). Los prohibicionistas, como se llamaba a los seguidores de las tesis de Ancel Keys, se apresuraron a culpar a los primeros de subir el colesterol y determinaron que los aceites vegetales eran especialmente beneficiosos.

El descubrimiento de las milagrosas propiedades de los aceites vegetales no pasó desapercibido para la industria alimentaria que empezó a utilizarlos en cantidades industriales, nunca mejor dicho. Las recomendaciones de los cardiólogos se alinearon con los intereses de las grandes corporaciones alimentarias, pues estas materias primas eran mucho más baratas de producir, como puede comprobar cualquiera que baje al supermercado y compare el precio de la mantequilla y la margarina. El único problema es que las grasas de los aceites vegetales no tienen las mismas propiedades que las saturadas y en el complejo proceso de hidrogenación para hacerlas aptas para uso industrial surgió una nueva grasa, una especie de Frankenstein moderno: las grasas trans o hidrogenadas.

En este vídeo (en inglés) explica el proceso de hidrogenación.

En la década de los 70, una mujer, Mary G. Enig, realizó un estudio clínico en que encontró una relación directa entre el consumo de grasas trans y el riesgo de padecer cáncer. Mary G. Enig empezó a realizar preguntas molestas e inmediatamente los abogados de la industria de los aceites vegetales empezaron a hacer cola en su despacho de la Universidad de Maryland, incluso la visitó en persona el presidente de las Asociación de Productores de Margarina y le ordenó archivar el proyecto. También los editores de las revistas científicas recibieron llamadas amenazantes, publicar sus estudios significaba renunciar a cuantiosos ingresos en publicidad.

Hoy en día se sabe que las grasas trans no sólo elevan el riesgo de infarto más que ninguna otra, sino también el de padecer cáncer. Curioso proceder el de la industria alimentaria, que en alianza con la sanitaria, quita el vino y recomienda vodka.

¿Sorprendidos por los medios mafiosos de la industria alimentaria? Poco antes de que Mary G. Enig descubriera la relación entre grasas trans y cáncer, el doctor Kilmer McCully empezó a estudiar los tejidos de los niños víctimas de infartos, rápidamente descubrió que la mayoría sufría un defecto genético que les impedía almacenar vitamina B, esta carencia provocaba un aumento de homocisteína. La hipótesis del doctor McCully era que un valor alto de homocisteína provocaba obstrucción arterial. El siguiente paso del doctor McCully fue comprobar su hallazgo en animales, a los que inyectó homocisteína y en pocas semanas todos ellos presentaban obstrucciones arteriales.

Esto era un gran descubrimiento, el doctor McCully estaba entusiasmado, sin embargo cuando en 1969 firmó un articulo declarando que el principal causante de la obstrucción arterial era la homocisteína y no el colesterol, en lugar de los aplausos que esperaba, recibió una respuesta muy distinta. El descubrimiento no gustó a los magnates de la industria alimentaria que no tardaron en mover hilos. En primer lugar el doctor McCully perdió su despacho de la Harvard Medical School y lo mandaron al sótano, entre arañas y cucarachas, recuerda McCully. A continuación recibió una llamada del director de la Universidad de Harvard que le ordenó cerrar el pico con respecto a sus investigaciones. El doctor McCully fue marginado y, aunque tardaría décadas en demostrarse, el único consuelo que encontró al ostracismo profesional en el que vivió durante años fue saber que su teoría debía ser cierta, como confesó a su mujer, de lo contrario nadie se hubiese sentido amenazado por ella.

Otro ejemplo de las prácticas mafiosas de la industria alimentaria lo sufrió el doctor George Mann de la Universidad de Vanderbilt. Interesado por los problemas coronarios, el doctor George Mann probó un enfoque diferente al de la mayoría de sus colegas, en lugar de estudiar a las personas enfermas del corazón y tratar de averiguar el porqué, se centró en las personas sanas; con ese propósito, en 1967, viajó a Tanzania a estudiar los hábitos alimentarios y vitales de las tribus masais, entre quienes los infartos eran prácticamente inexistentes, y cuál fue su sorpresa cuando descubrió que seguían una dieta basada principalmente en lácteos, sangre y carne, es decir, una gran ingesta de ácidos graos saturados, mucho colesterol, es decir, todo aquello que supuestamente no se debía hacer para tener un corazón sano. Para George Mann el impacto de la dieta en la salud es relativo -esto es cuestionable- y la clave de la salud cardiovascular de los masais es la cantidad de ejercicio físico que realizan -esto es incuestionable, el corazón es un músculo y cuanto más trabaje más fuerte será-.

El movimiento es vida y los masáis se mueven mucho.

Como al doctor McCully, al doctor Mann el descubrimiento de que el alto grado de enfermedades coronarias en las sociedades desarrolladas estaba directamente relacionado con el sedentarismo no le valió las palmadas en la espalda que esperaba sino una llamada del director del National Heart, Lung and Blood Institute para anunciarle que la partida de 60.000 dólares de su programa de investigación habían sido cancelada y que estaba despedido. En el futuro George Mann utilizaría el término heart mafia para referirse a la alianza entre la industria de los aceites vegetales y las instituciones públicas de salud, dentro de esta alianza se encontraban las personas que controlaban los estudios científicos-alimentarios, se sentaban en los despachos de las instituciones de salud, autorizaban investigaciones, financiaban revistas científicas y se comprobaban unos a otros sus publicaciones.

Ramón Sánchez Ocaña promocionando un producto en que la grasa de la leche se ha sustituido por grasa trans.

El problema del colesterol se agravaría cuando la industria farmacéutica entró en acción. En 1967, el Instituto de Salud americano aprobó un ensayo clínico con 3800 hombres con altos niveles de colesterol, cuyo objetivo era probar la eficacia de una sustancia denominada colestiramina. Los resultados fueron que las personas a las que se les administró el fármaco mostraron una ligera disminución del nivel de infartos que no afectó al índice de mortalidad de los pacientes tratados con el medicamento y con el placebo. A pesar de los discretos resultados y de que los participantes reportaron numerosos efectos secundarios, el experimentó se celebró como un gran éxito y la colestiramina se comercializó con los nombres de Questran, Cholybar y Olestyr.

Curiosamente, por la misma época, el Instituto Finlandés del Corazón de Helsinki realizó un estudio similar sobre la colestiramina y sus resultados fueron bien distintos, según sus datos el medicamento no provocaba ninguna mejora en la condición coronaria de los enfermos. Aquí nos encontramos con dos estudios similares con resultados distintos, sin embargo en los años siguiente el eco que encontraron en las publicaciones científicas fue bien distinto, como evidencia la siguiente tabla:

A finales de la década de los 70, en Francia se produjo un envenenamiento accidental con pesticidas de un gran número de personas, al ser hospitalizados los médicos constataron que todos presentaban niveles anormalmente bajos de colesterol, el motivo sigue hoy sin determinar, pero este hecho llamó la atención del científico Michel Olivier que decidió desarrollar un medicamento a partir del pesticida y la OMS lo autorizó a realizar un ensayo clínico en 6000 personas divididas en dos grupos, al primero se le administró clofibrato, un derivado del ácido fíbrico, y a los segundos un placebo durante varios años.

Como se puede suponer, considerando que se partió de un pesticida, el experimento fue un desastre, el clofibrato no sólo no disminuyó el riesgo de infarto, sino que causó un alto número cálculos biliares y cánceres entre los tratados con la sustancia. Pero la farmacéutica francesa Fournier tuvo una brillante idea, en lugar de utilizar el estudio sobre los fibratos para comercializar el producto que estaba desarrollando con ellos, se concentró en promocionar sus efectos reductores del colesterol en congresos de cardiólogos y publicidad y poco después, cuando lo lanzó al mercado, su fármaco Lipanthyl se convirtió en el líder en Europa en la lucha contra el colesterol.

Por entonces, Michael S. Brown y Joseph L. Goldstein, bioquímicos de la Universidad de Texas, estaban realizando un estudio con niños víctimas de infartos y determinaron que la causa eran los altos niveles de colesterol causados por una falta de determinados receptores celulares. Este descubrimiento fue celebrado como un éxito sin precedentes por la comunidad médica. Sin embargo, desde entonces no han dejado de alzarse voces criticas con su metodología, como la del doctor Michel de Lorgeril, cardiólogo del CNRS y de la Sociedad Europa de Cardiólogos, que considera que los resultados de estudios con pacientes de enfermedades raras no son extrapolables al resto de la población o como la del doctor Uffe Ravnskov, de la Red Internacional de Escépticos del Colesterol, que asegura que no hay ningún dato que demuestre que la muerte de los niños se debiese al colesterol y que numerosas estadísticas demuestran que las personas con colesterol congénitamente alto viven tanto como las demás.

En cierto sentido, los estudios del Michael S. Brown y Joseph L. Goldstein recordaban a aquel del doctor McCully con niños víctimas de infartos, con la diferencia de que ellos en lugar de encontrar a la homocisteína culpable encontraron al colesterol, en consecuencia, en lugar de perder su despacho universitario, recibieron el Premio Nobel de Medicina por sus descubrimientos en relación al funcionamiento del metabolismo del colesterol.

Brown y Goldstein tras recibir la noticia del Nobel

Inspirado por los descubrimientos de Brown y Goldstein, Michel de Lorgeril empezó a investigar, primero en Suiza y luego en Canadá, sobre la relación entre colesterol e infartos, pero no encontró ninguna. En 1999 decidió abordar el problema de un modo diferente y viajó a los países del Mediterráneo para estudiar los hábitos de las poblaciones con muy bajo nivel de infartos. Posteriormente realizó un ensayo clínico con dos grupos de personas, a los primeros les dio una dieta baja en colesterol y a los otros la dieta Mediterránea que, entre otras cosas, incluye aceite de oliva -entonces no recomendado para personas con colesterol- y lácteos. El resultado no dejó lugar a las dudas, 55% menos infartos en el segundo grupo, pero lo más sorprendente del estudio es que se reducía el riesgo de infarto sin reducir el nivel de colesterol.

En 1980 un médico japonés descubrió una sustancia, la estatina, que reducía mágicamente el colesterol. Después de una década de ensayos se determinó que la estatina conseguía reducir en un 30% el riesgo de infarto y consecuentemente fue recibido por la comunidad médica como un maná caído del cielo. La estatina se convirtió en el medicamento más prescrito en el mundo y hoy más de 220 millones de personas toman estatina. La amenaza del colesterol parecía haber sido solucionada para siempre.

Sin embargo, en 2004 sucedió algo que desató todas las alarmas sobre las prácticas de la industria farmacéutica. Vioxx, uno de los analgésicos más vendidos de los Estados Unidos, fue retirado del mercado bajo sospecha de haber causado 30000 muertes desde su comercialización y la farmacéutica Merk & Co. tuvo que pagar 4.85 billones en indemnizaciones. Sea como fuere, lo mas escandaloso del caso Vioxx se produjo cuando las pesquisas judiciales sacaron a la luz que la farmacéutica conocía los riesgos asociados al producto y los ocultó deliberadamente.

El 90 % de los ensayos clínicos de medicamentos son financiados por la industria farmacéutica, en estos estudios las probabilidades de que la sustancia en cuestión resulte beneficiosa son 5 veces más altas que en los restantes ensayos, aquellos no financiados por empresas privadas. Este hecho, fácil de entender por sí mismo, se agrava por las estrechas relaciones existentes entre la industria farmacéutica y la comunidad médica. Según el doctor Dominique Dupagne un médico que en un congreso médico expresara dudas sobre el efecto beneficiosos de un medicamento con unas cifras de facturación tan grandes como Vioxx estaría cometiendo suicido profesional.

El caso Vioxx reveló la facilidad con que la industria farmacéutica exageraba los beneficios de sus medicamentos y ocultaba los efectos secundarios, en consecuencia se estableció una normativa más severa para la realización de ensayos clínicos y hubo que revisar los anteriores al escándalo Vioxx. Entre estos se encontraban los ensayos relativos a la estatina, curiosamente ningún estudio volvió a mostrar los efectos beneficiosos del ensayo original.

En 1985 el nivel aceptable de colesterol era de 3 gramos por litro de sangre, desde entonces no ha parado de disminuir, hoy el nivel aceptable de colesterol está en 2 gramos por litro de sangre y previsiblemente seguirá bajando en los próximos años. Obviamente cuanto más se reduce el listón más incrementa el número de personas con colesterol alto y más medicamentos se venden.

A este respecto, según el doctor Michel Lorgeril, el nivel de colesterol varía en función de varios factores, sexo, edad, genes y el dogma de que el colesterol cuanto más bajo mejor no está en guerra con los más elementales principios de la medicina y su único objetivo es vender medicamentos. En los Estados Unidos la última vez que se revisaron los niveles de colesterol fue en 2001, por supuesto a la baja, 9 de los 14 integrantes del grupo de expertos que realizaron la revisión pertenecían a la industria farmacéutica y el cambio triplicó inmediatamente el número de clientes de estatina: de 13 a 36 millones.

La arterioesclerosis es una consecuencia directa e inevitable del envejecimiento, las arterias se estrechan como el pelo se hace más fino y en consecuencia, para el doctor Michel Lorgeril los cristales de colesterol encontrados en las obstrucciones coronarias de las víctimas de infarto son una consecuencia de la obstrucción y no la causa, como se encontrarían coches en una carretera cortada. El doctor Dominique Dupagne afirma que el colesterol es una sustancia imprescindible para la vida, sin colesterol moriríamos, y el riesgo de bajarlo artificialmente hasta limites demasiado bajos afecta al equilibro general del organismo. ¿Tiene sentido una medicina que protege el corazón al precio de amenazar el resto de órganos?

Michel lorgeril, para el cual los mayores riesgos de infarto son: 1. Diabetes 2. Problemas renales 3. Bajar bruscamente el nivel de colesterol 4 Tomar Estatina

Después de 10 años de recetar estatina a diestro y siniestro empezaron a aparecer las primeras complicaciones. El doctor Uffe Ravnskov afirma que el cuerpo reacciona contra los niveles artificialmente bajos de colesterol produciendo más colesterol y en menos de un año se manifiestan los primeros efectos de ese círculo vicioso: depresión, debilitamiento, agresividad, alzheimer e incluso demencia -lo cual no es extraño en absoluto si se considera que el cerebro es el órgano donde hay más colesterol-. Para la mayoría pasa desapercibido que la estatina es la causante de esos efectos adversos, principalmente porque son síntomas comunes en gente de cierta edad.

La razón por la que estos efectos secundarios pasan desapercibidos en los ensayos clínicos, incluso con las regulaciones impuestas después del escándalo Vioxx, es la nueva práctica de las farmacéutica de dividir a los sujetos en grupos cada vez más pequeños, de forma que en un grupo alguien desarrolla imnsonnio, en otro problemas de concentración, en otro demencia, al ser casos aislados los investigadores achacan su aparición a factores distintos de la administración del fármaco, pero cuando se consideran en conjunto nos encontramos cara a cara con las consecuencias de alterar químicamente el metabolismo.

A Mikael Rabaeus las primeras dudas sobre el funcionamiento del sistema de salud le surgieron cuando a su consulta privada entró una paciente con perfecta salud, hacía deporte, no sufría de ninguna patología previa, no le dolía nada, seguía una dieta saludable y no tomaba ningún medicamento. Después de escucharla Mikael Rabaeus le dijo: Es un placer conocerla, señorita, pero ¿para qué ha venido? A lo que la mujer respondió: porque tengo el colesterol alto y me han dicho que tengo que tomar medicamentos durante el resto de mi vida. En ese preciso momento Mikael Rabaeus supo que algo no estaba bien cuando las extrañas alianzas entre la comunidad médica y las industrias alimentarias y farmacéuticas habían distorsionado aquel principio de la medicina antigua, que el alimento sea tu medicina y la medicina tu alimento, hasta el punto de que a su consulta llegaba una mujer sana convencida de que estaba enferma, en busca de un medicamento que la iba enfermar, pero convencerla de que estaba sana.

Este no es un artículo médico, aquí no se recomienda dejar o tomar ningún medicamento. Este es un artículo periodístico, aquí se informa sobre ciertas prácticas de la industria alimentaria y farmacéutica durante los últimos 70 años y su relación con la comunidad médica. Ante cualquier duda, consulte a un médico y asegúrese de que sabe de lo que habla, algo que ocurre con menos frecuencia de lo nos pensamos, en el pasado sangraban a la gente y desaconsejaban el sexo por perjudicial para la salud, a saber cuánto de lo que dicen hoy será refutado con el tiempo.

Publicado por Miguel A. Álvarez

Miguel A. Álvarez, escritor, traductor y redactor. Su primera novela, Vida de perros, ganó el I premio Corcel Negro de Literatura. Su cuento Verano del 88 ha sido distinguido con la mención de honor en el 66º Premio Internacional a la Palabra 2019. Su cuento Balbodán ha sido finalista del XIX Concurso Cuento sobre Ruedas 2019. Escribe en las revistas Quimera y Descubrir la Historia y colabora con los magazines Letralia, Revista de Historia y Maldita Cultura.

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