La montaña mágica, de Thomas Mann

El autor francés Blaise Pascal observó: Todos los problemas de la humanidad derivan de la incapacidad del hombre para estar sentado tranquilamente en una habitación a solas. Las vidas herméticas, el confinamiento forzado y la falta de libertad individual nos están generando una intensa ansiedad. Pero el aislamiento también nos da tiempo para leer y reflexionar. Nos lleva a mirar en nuestro interior, nos anima a rebuscar entre nuestros recursos intelectuales y espirituales y a pensar seriamente sobre el significado de la vida y la muerte. La gran literatura nos da nuevas ideas, comprensión, serenidad y sabiduría, si no seguridad y confort.

En La montaña mágica, 1924, los internos de un lujoso sanatorio para tuberculosos en el pueblo alpino de Davos, Suiza -una especie de crucero en altitud-, simbolizan la enfermedad de la sociedad europea de la época. La novela describe las reacciones psicológicas de los pacientes, su negación o aceptación de la enfermada. Algunos piensan que es seria pero no desesperada, otros piensan que es desesperada pero no seria. Los costosos tratamientos, a menudo dolorosos, nunca curan a nadie. Ansiosos y asustados, los pacientes o bien mueren o se van o regresan para morir.

A diferencia de Los Buddenbrook que se alarga durante casi medio siglo, La montaña mágica tiene lugar entre 1907 y 1914, en una atmósfera extraña y artificial donde se trata la enfermedad más dramática y mortal de la época.

La tuberculosis, como el virus que nos amenaza hoy, a principios de siglo era una enfermedad altamente contagiosa que no tenía cura. A pesar de las grandes diferencias de edad, temperamento, origen y lengua, el cosmopolita grupo de pacientes están unidos por la enfermedad y la amenaza de la muerte. Thomas Mann lleva al joven héroe de la novela, Hans Castorp, desde el puerto norteño de Hamburgo a la cima de una montaña en un país aislado por montañas. La montaña mágica emite un fuerte embrujo y transforma todo lo que una vez fue familiar: desde los cigarrillos, fiebre, clima y los momentos de reflexión, amor, enfermedad y morbo.

Thomas Mann disecciona la mentalidad alemana de la época y describe las reacciones de un alemán sensible en un tiempo de conflictos internacionales, presenta el funcionamiento del centro, en muchas ocasiones con propósitos trágicos o cómicos, y relaciona el singular mundo de una institución médica con la crisis ideológica que desencadenó la matanza de 1914. Como la asustada gente de hoy en día, Thomas Mann se pregunta si es normal o anormal el estado de ansiedad e incertidumbre causado por la enfermedad; si es algo inherente a la sociedad europea representada por los internos del centro o algo que se puede curar.

UN INCISO:Por lo dicho hasta ahora, salta a la vista que Thomas Mann fue un escritor serio en todo el sentido de la palabra, pero también escribió novelas cómicas como Félix Krull, confesiones de un estafador que está en nuestra lista de mejores novelas de humor, no dejes de echarle un vistazo.

En el encantador ambiente de los Alpes, en mitad de un ilusorio aislamiento, el tiempo no se ajusta a los parámetros normales que rigen en el resto del mundo. En el clima de irrealidad que domina la vida del sanatorio los relojes de los pacientes siguen otro ritmo, mientras intentan escapar de la amenaza de la muerte. El propio Thomas Mann definió La montaña mágica como la novela del tiempo.

Como mucha gente hoy en día, los pacientes de ese lujoso centro sienten una fuerte necesidad de encontrar distracciones que eliminen, al menos temporalmente, la amenaza de una muerte inminente. Disfrutan del imponente espectáculo de los Alpes y de paseos por las sendas alpinas. Realizan la cura de descanso horizontal, envueltos como momias en los balcones de sus habitaciones y como los muertos no sienten frío. Toman parte en fiestas donde prolifera el alcohol, celebran tertulias filosóficas, comparten chismes y celebran efemérides. Hablan con desvergonzada obscenidad sobre su fiebre y sus síntomas y presumen de la severidad de su enfermedad. Los vivos confortan a los moribundos y visitan las tumbas de los muertos. Escuchan música, acuden a simposios, practican la hipnosis, descubren los rayos X y celebran reuniones de espiritismo bajo el influjo de la montaña.

Thomas Mann, impecablemente vestido y en actitud reflexiva.

La presencia de la muerte provoca una relajación de las normas morales entre los internos y los jóvenes pacientes buscan en el amor consuelo al aburrimiento, a los dolorosos tratamientos y a la muerte. Espoleados por el ocio, el aislamiento, la fiebre y la obsesión con el cuerpo físico, alejados de sus familias y liberados de las convenciones del mundo exterior, los pacientes tienen citas secretas y saltan los separadores de los balcones, se cuelan en habitaciones ajenas por las noches y se entregan al placer sexual con hedonismo.

Hans Castorp, quien inicialmente acude al sanatorio a visitar a su primo y acabará pasando allí siete años, acepta de buen grado su confortable reclusión. Destinado por tradición familiar a ser ingeniero, en el sanatorio, en contacto con la enfermedad, adquirirá una educación más profunda. Aprende sobre la operación de neumotorax -el colapso temporal y curativo de un pulmón- por medio del contacto con los miembros del Club del medio pulmón. A lo largo de la novela su carácter pasivo y dócil evoluciona hacia uno más activo y asertivo. Siente que la enfermedad ennoblece a algunos enfermos y enfatiza el espíritu y la moral sobre los aspectos físicos y orgánicos de la enfermedad. En contraste con Hans, su primo Joachim rechaza el inútil tratamiento que sólo pretende prolongar la enfermedad. Desafiando el consejo médico, toma la decisión de regresar a su regimiento a cualquier precio y abandona el sanatorio. Pero pronto tiene que volver y sufre una muerte lenta y estoica.

Como en La montaña mágica, hoy mucha gente se siente deprimida por los informes médicos, sobrepasada por la extensión de la enfermedad y traumatizada por sus efectos en el cuerpo humano. A imitación de los médicos, Hans intenta mirar debajo de la piel, observar la presión arterial, los tejidos, el sistema linfático y lo que Thomas Mann denomina el terrible fluido de los jugos de un organismo en disolución. Hans pregunta inoportunamente al Dr. Behrens, el director del sanatorio: ¿Qué es el cuerpo? ¿Qué es la carne? ¿Cuál es la constitución física del hombre? ¿De qué está hecho? Díganos esta tarde, díganos exactamente, de una vez por todas, para que podamos saberlo. Y Behrens responde con simpleza: agua.

La montaña mágica se estructura en base a una serie de opuestos: salud y enfermedad, espíritu y cuerpo, restricción y libertad, honor y vergüenza, tiempo y eternidad. Del mismo modo en que ahora tenemos actitudes contrarias en relación al virus, así Hans está dividido entre cuatro mentores intelectuales. Acentuando la crucial conexión entre vida y muerte, Thomas Mann escribe: Interés en la muerte y la enfermedad, en lo patológico, en el decaimiento, sólo es una forma más que adopta el interés por la vida.

Los médicos, como los de hoy en día, intentan entender y explicar la etología de la enfermedad. El doctor Behrens ignora los aspectos espirituales e intelectuales del ser humano y considera que la tuberculosis es una manifestación puramente orgánica. Por el contrario, su colega el doctor Krokowski, un seguidor de Freud, advierte de los efectos negativos de la represión sexual y considera que los síntomas de la enfermedad no son sino una manifestación disfrazada del poder del amor y que toda enfermedad no es más que amor transformado.

Los padres intelectuales de Hans luchan por influenciar su pensamiento y controlar su mente. El humanista italiano Ludovico Settembrini, uno de los personajes más inolvidables de la novela, cree que el hombre es esencialmente bueno y la sociedad mejorable; que la enfermedad constriñe la libertad del hombre y es anormal. Juzga la enfermedad deshumanizadora porque destruye la inteligencia y el coraje junto con los tejidos. El cura jesuita, Leo Naphta, un totalitario, cree que el hombre es básicamente malo y la sociedad corrupta; y que la enfermedad es normal al reflejar su depravada condición. Piensa que la enfermedad es noble porque exalta el espíritu mientras que corrompe el cuerpo y hace a su víctima más trágica y empática. Todos los contendientes siguen su fanático esquema de pensamiento hasta el triste final. Settembrini para defender su honor y demostrar su humanismo se lanza al vacío. Naphta para humillar a su adversario y ganar el duelo intelectual se vuela la tapa de los sesos.

Hacia el final de la novela la violenta hostilidad que sacude Europa también hace acto de presencia en el sanatorio: ánimos acalorados, agudas animosidades, rencor indescriptible, estallidos anti-semitas, desafíos que anticipan la Primera Guerra Mundial. Cuando la guerra estalla Hans abandona el sanatorio, destinado a morir en los campos de batalla de Flandes.

La montaña mágica nos da un impagable punto de vista sobre la actual crisis. Thomas Mann describe el terrible contraste entre apariencia y realidad, entre la belleza exterior de un paciente y su corrupción interior. La apariencia sana de la mayoría de la gente hoy puede disimular un contagio fatal. El lujoso sanatorio se rige según normas económicas de beneficio. Sus médicos niegan la realidad -nunca nadie se cura- y proclaman hipócritamente que no existen resfriados a alta temperatura. De la misma manera, la mayoría de los gobiernos han puesto la economía por delante de la salud pública, han ofrecido falsa información y negado la severidad y duración de la epidemia.

Thomas Mann sugiere que en una atmósfera patológica la gente, acostumbrada a vivir en sociedades de masa, tiende a echar la culpa de su comportamiento irracional a algún poder misterioso. Así los gobierno, afirmando que los expertos son incapaces de acciones efectivas y evitando responsabilidades, han bautizado al virus como virus chino y lo han comparado con la gripe. Los caracteres de la novela representan un microcosmos de la agonizante sociedad europea previa al estallido de la Gran Guerra. La fragilidad económica, la degradación personal, falta de libertad y miedo al poder revelan la amenaza actual de una régimen totalitario. Homero dice en la Ilíada -gran libro que abre la lista de mejores novelas bélicas– que un hombre malo puede destruir toda una ciudad y Thomas Mann nos advierte de que debemos ser conscientes de la corrupción social para poder curarla.

Este artículo sobre La montaña mágica de Thomas Mann fue publicado originalmente por Jeffrey Meyers en The Article. Su contenido me pareció interesante y me he tomado la molestia de traducirlo con la autorización del autor.

Publicado por Miguel A. Álvarez

Miguel A. Álvarez, escritor, traductor y redactor. Su primera novela, Vida de perros, ganó el I premio Corcel Negro de Literatura. Su cuento Verano del 88 ha sido distinguido con la mención de honor en el 66º Premio Internacional a la Palabra 2019. Su cuento Balbodán ha sido finalista del XIX Concurso Cuento sobre Ruedas 2019. Escribe en las revistas Quimera y Descubrir la Historia y colabora con los magazines Letralia, Revista de Historia y Maldita Cultura.

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar